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Tengo mi corazón de cristal
y tras de mí dejo la abrasadora noche
con todos sus segundos, sus minutos y sus horas.
En la mañana, solo tus palabras
diciendo, bendígate la luz de la mañana.
Mis ojos son de cristal
y veo acercarse un fingido tiempo, sonriente y engañoso,
donde la mentira duerme.
Pero bendígate la luz de la mañana.
Mi boca es de cristal
y dentro tengo un badajo que llama a la oración
de aquellos que ya están muertos.
A todos los mato el silencio,
el silencio y tu voz.
¿Qué importa? Bendígate la luz de la mañana.
Mis labios, mis labios son de cristal
y tiemblan de indignación y no pronuncian palabras,
solo babean de rabia.
Y sigues tú bendiciendo.
Tengo piernas de cristal y unos pies que no avanzan, retroceden,
ya no tienen movimiento.
Y al bendecir, tú maldices, maldices mis pensamientos.
Mis brazos, mis manos, mis dedos son de cristal
y no te puedo abrazar y no tengo movimientos.
Y tú, y tú sigues bendiciendo.
el silencio y tu voz.
¿Qué importa? Bendígate la luz de la mañana.
Mis labios, mis labios son de cristal
y tiemblan de indignación y no pronuncian palabras,
solo babean de rabia.
Y sigues tú bendiciendo.
Tengo piernas de cristal y unos pies que no avanzan, retroceden,
ya no tienen movimiento.
Y al bendecir, tú maldices, maldices mis pensamientos.
Mis brazos, mis manos, mis dedos son de cristal
y no te puedo abrazar y no tengo movimientos.
Y tú, y tú sigues bendiciendo.
De Lasafor: